Riviera Maya

Llegué a Cancun, y pasé de largo como si hubiera una epidemia de peste negra, no me apetecía un lugar como ése...


Me planté en Playa Carmen, otro lugar donde el turismo masificado y sus tropocientas tiendas me invitaron a salir en 24 horas.
Lo más notable que me pasó fue conocer en una noche de tequila a un mochilero que recorre el mundo dando clases de español o inglés con una mini-pizarra por las playas y lugares turísticos... parece que es famoso en USA.

Crucé resacoso a la isla de Cozumel, en teoría, un paraíso para buceadores, pero en la práctica un contenedor de coral triturado por el huracán Wilma. Alli pasé 2 dias en busca de algún jardín coralino que hubiera resistido... poco queda.

Frustrado volví al continente y bajé hasta Tulúm, lugar más relajado y con las únicas ruinas mayas junto al mar.

Allí conocí a Ruben, un artesano mejicano rasta que no paraba de hablar ni debajo del agua...
Un día fuimos a las ruinas y a la playa: yo tomaba el sol y el vendía sus colgantes de cáscara de coco a los bañistas... no le fue nada mal. Luego en el albergue le hice de gancho para que vendiera unos cuantos más... lo celebramos con unas "chelas", cervezas tipo Corona o Sol... y más conversación, como no.

Al día siguiente hicimos algo magnífico: meternos con las gafas y el tubo en un cenote, cuevas subterráneas llenas de agua dulce interconectadas y llenas de estalagtitas y estalagmitas.
La visibilidad, superior a 100 metros, hacía parecer a los buceadores como astronautas sin gravedad en el espacio. Se lo recomiendo a cualquiera que venga por esta zona.
Lo único malo de ese día, fue que, en uno de mis legendarios y torpes movimientos, al recoger mi toalla tiré 2 cámaras al agua, la de una pareja estadounidense que nos acompañó y la que yo llevaba... que tampoco era mia... penoso.


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